
Cuando Bruno se enojaba
por el Dr. Hernán Botta (*)
La orden, dicha de modo inapelable, sonó tajante: “te bajás del colectivo, buscás tu equipaje, y te vas a tu casa… a este viaje a Calamuchita no venís… cuando el tiempo pase y seas grande vas a entenderme y vas a valorar esta decisión”.
El viaje a Calamuchita representaba un hito cada año, era el momento más esperado por todos. Cuatro días para compartir entre amigos en ese entorno maravilloso. Solo quien fue al Sagrado Corazón sabe lo que significa. Y ese año lo esperábamos especialmente.
Como era costumbre antes de cada viaje, ya cargados los equipajes en las bodegas de los dos colectivos, los alumnos y sus padres se reunían en los salones de Planta Baja del Colegio sobre calle Dorrego para la charla con las instrucciones previas. Juan (nombre elegido para el relato, no coincide con el del protagonista de la historia) en lo que en ese momento se entendía como una travesura, en el tumulto del ingreso al aula dejó caer al piso una de esas ampollas que contenían líquido con olor desagradable, que se conocían como “bombitas de olor”.
Lo que siguió es fácil de imaginar… los gritos, la estampida de todos alejándose, el desborde, el enojo de las autoridades del Colegio, el pedido de individualización del responsable, el retraso en la partida.
Ya arriba del ómnibus, y luego de la “confesión” de Juan, el Padre Bruno le pidió que se baje, retire el equipaje y vuelva a su casa. Como consecuencia de lo que hizo no viajaría. Disculpas públicas, pedidos de reconsideración hasta volverse súplicas, ruegos, lágrimas, no fueron suficientes. Bruno esa noche se mostró inflexible mediante las palabras que inician este relato.
Minutos después, más de ochenta alumnos de 6° grado partíamos a Calamuchita… uno se quedó en Rosario, volviendo a su casa con sus padres, bolso en mano.
Recuerdo ese momento como angustiante y siento vívida aún hoy la impotencia al ver por la ventanilla del colectivo a Juan caminando cabizbajo junto a sus padres, impedido de viajar con nosotros. ¿Castigo excesivo? ¿Sanción ejemplificadora? ¿Postura inflexible? En ese momento no lo entendí, me pareció injusto.
Pasaron más de cuarenta años de ese hecho.
Pasé muchos años en el Colegio, donde también trabajó mi madre, y al que luego irían mis hijos… podría haber elegido otra historia u otra anécdota del Padre Bruno, una más simpática o que lo muestre en otra actitud para ilustrar su inolvidable presencia y su inmenso legado: los viajes, la enseñanza sacramental y humana, la palabra esclarecedora, la voluntad inquebrantable, las caminatas, sus homilías, en fin, tanto.
Pero elegí esta, que revela a un Bruno estricto, pero humano al fin, siempre atento a los valores en la formación de las personas.
Entre las muchas cosas que destaco del Sagrado Corazón están los valores que inculca. La solidaridad, la amistad, el valor de compartir, el respeto, la disciplina, la convivencia, la humildad, el sentido de pertenencia.
Esa noche no entendí al Padre Bruno, pero con los años sí, y agradezco que con esos ejemplos haya sembrado en nosotros esos valores, indispensables para transitar la vida por la vereda de los hombres de bien.
(*) El Dr. Hernán Botta es exalumno del Colegio Sagrado Corazón de Rosario, promoción 1989.