Mi testimonio como sacerdote
por el P. Giancarlo Monzani, scj (*)
El Padre Bruno fue uno de los primeros sacerdotes betharramitas que conocí en Argentina. Enseguida me llamó fuertemente la atención su espíritu misionero y su fortaleza física. Yo estaba en el Colegio San José de Buenos Aires, y por la mañana muy temprano venía desde Adrogué, realizaba sus trabajos pastorales y a la tarde volvía allá, porque ahí estaba la mejor parte de su corazón: el Jardín de Infantes, la “Casa del Niño” como le decía.
Recuerdo con mucho cariño los viajes a Bariloche que coordinaba y compartíamos, donde nos hacía marchar durante dos días seguidos, con una pesada mochila al hombro y caminando por el paso de las nubes. Pero la vuelta tenía un premio: la visita a un hermosísimo bosque de alerces y el viaje en bote por el lago Nahuel Huapi con sus fantásticos paisajes. Una forma, sin duda, de contemplar las maravillas de Dios y compartirlas con el hermano.
Con el paso de los años, al Padre Bruno le debo mi retorno a Argentina. Cuando llegué, yo pensaba quedarme en alguna comunidad de Buenos Aires, pero Bruno me mandó a la provincia de Santiago del Estero. Gracias a esa decisión, inesperada para mí, y que acepté con el “Aquí Estoy” de nuestro Padre San Miguel, pude vivir una hermosa experiencia en toda la región NOA de la Congregación, que me permitió crecer como sacerdote y fortalecer mi corazón, abierto a los pobres.
Bruno se destacó por su empuje al desarrollo de la misión permanente. Su carisma ha sido la palabra y el don de gentes. Le pido que nos mire ahora desde el cielo, que sigamos su ejemplo de entrega y su espíritu evangelizador.
(*) el P. Giancarlo Monzani, scj es sacerdote betharramita